Que me corten la lengua

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Doll Story.

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Estos días he ojeado varios artículos en la prensa internacional relacionados con la comercialización de las realistas muñecas de silicona a tamaño natural. Por unanimidad aseguran que cuando la tecnología permita que éstas puedan mantener una conversación medianamente inteligente y, a la vez, sean capaces de fingir un orgasmo, entonces se convertirán en un popularísimo producto de consumo. De lo cual deduzco que si las muñecas actuales no se venden bien es porque el cliente medio es muy exigente respecto a las capacidades intelectuales y sensuales de sus compañeras. En cambio me consta que hay un buen porcentaje de mujeres que no tienen orgasmos y que ni siquiera son capaces de fingirlos. Sus amantes, novios o esposos no deberían de tener excusa para no comprar las bellísimas muñecas mudas. ¿Tan poca cosa es necesaria para que los sucedáneos de mujer sean equiparados a las mujeres de carne y hueso?

Acorralando la lógica en sus ultimas trincheras, se podría deducir que para que un hombre encuentre atractiva a una mujer, bastaría con que esta exteriorizara o, en el peor de los casos, fingiera sus orgasmos y que fuera capaz de mantener una conversación, como mínimo,  del nivel de una rudimentaria I.A. (inteligencia artificial). Y ya conocemos todos el nivel al que bucean este tipo de conversaciones cibernéticas. Si sólo fuese cuestión de intelecto, parece que contentar a un hombre debería de estar al alcance de cualquier mujer; de no ser que… De no ser que lo más importante en realidad no sea el intelecto. Echen un vistazo a esta web de uno de los fabricantes de muñecas mas reputados y pienso que el siempre astuto y subestimado lector comprenderá por qué estas muñecas serían simplemente perfectas si sólo hablaran, aunque fuese un poquito, y fingieran sus orgasmos, aunque fuese toscamente. La belleza siempre ha sido un poderoso atenuante:

Doll-Story

http://www.dollstory.eu/dollstory.aspx?lang=ES

Written by quemecortenlalengua

abril 27, 2010 at 16 h 05 min

Publicado en Opinión

Madonna operandi.

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Felizmente, todos conocemos a  mujeres empedernidamente célibes por propia elección o a hombres que buscan desesperadamente un alma gemela con la que formar una familia. Además, tenemos gays, lesbianas, monjas y obispos, ladyboys, pederastas y una interminable familia de minorías de la que sólo he mencionado el grueso del pelotón. Menos mal que no todos los hombres pensamos en “lo mismo” y que no todas las mujeres quieren fundar una familia cueste lo que cueste.

Pero para el resto, para aquellas mujeres que no consiguen que su hombre diga ese “sí” tan deseado, les diré una cosa: habéis olvidado que en el amor, como en la guerra, todo vale. Aquí de lo que se trata es de negociar la paz y vosotras habéis perdido lamentablemente vuestro as en la manga. Bajando la guardia y confiando en la bondad del prójimo, sólo habéis perdido toda posibilidad de ganar. Porque, en definitiva, ¿qué es lo mas importante para vosotras, qué buscáis en un hombre? Me parece que las mujeres que se encuentran en este supuesto buscan, sobre todo, compañía y una familia, me atrevería a decir. ¿Y qué es lo que busca con mas anhelo un hombre (que no se encuentra en este supuesto) en una mujer? Eso es: SEXO. Si tu le das lo que quiere antes de obtener lo que buscas, luego dependes de él, de su buena voluntad, para que honore su parte del contrato. Y eso en el mejor de los casos, cuando al menos hay una promesa detrás.

No es de extrañar que haya tanta mujer soltera y descontenta con serlo a edades que avecinan la menopausia. Y hombres de 40 tacos del brazo de mujeres de veinte y pocos. Es la ley de los vasos comunicantes: por cada mujer que empieza a envejecer, hay un hombre que se larga con una jovencilla. Es para equilibrar, no vayáis a creer que lo hacen por vicio.

Nuestras abuelas lo sabían y antes de ellas, todas nuestras antepasadas desde que la Tierra da vueltas. Gracias a ese saber ancestral la población humana ha progresado, contra pestes y guerras, vientos y mareas, siendo cada día más y más numerosos. Pero, dejando la Historia atrás y mirando al futuro, buscando una solución, ¿qué posibilidades tienen estas mujeres que tan solas se sienten? Desde luego que no serían nada creíbles si de repente, algunas de ellas se hicieran las castas y se negasen a acostarse con sus nuevos pretendientes del día a la mañana… Creo que la píldora sería difícil de tragar incluso si todas las mujeres se pusieran de acuerdo al mismo tiempo para boicotear el acceso al sexo de todo varón volátil. Creo que éstos podrían incluso sublevarse. Ojo con esto, son más brutos que vosotras y están entrenados a matar (con la consola, vale, pero también los pilotos se entrenan con simuladores y no les va del todo mal).

También es difícil convencer a los hombres para que paguen por algo que antes era gratuito. Y si no, miren lo que pasa con el pirateo en Internet. Aunque algunas veces se ha conseguido y entra ellas figura la victoria del parquímetro, el peaje de la autopista y, por supuesto, el éxito de iTunes.

No, creo que la solución pasa por un cambio radical de estrategia. Hay que buscar el punto débil del hombre, no visto como un individuo, si no como una población de animales dañinos, como una plaga. Sé que contra algunas plagas lo más eficaz es atacarlas durante su estado larvario. Esto me ha conducido a la idea de que lo más adecuado contra los varones sería hacer como las “cougar”, ya saben, esas mujeres maduras que se sirven de mancebos tiernos, poco experimentados y sobre todo, mucho más fáciles de manipular que sus mayores. A mí me gusta llamarlo el “Madonna operandi”. No nos engañemos, todo no se puede tener, no desde que perdisteis el secreto de vuestras antepasadas. Así que convertiros en cougars, en panteras del amor y atacad con ventaja a un enemigo confiado, cauto y con todo su patrimonio genético en perfecto estado de uso.

Written by quemecortenlalengua

abril 5, 2010 at 2 h 42 min

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Derechos de autor.

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Uno de los argumentos que más a menudo he visto poner sobre la mesa cuando de defender los derechos de autor se trata, es el de que sin su existencia, la cultura desaparecería. Siempre me ha parecido una simple falacia y basta con mirar la Historia para constatarlo. Ni Mozart ni Beethoven disfrutaron de los derechos de autor tal y como se conocen hoy en día. Su música era copiada y vendida en forma de partituras para luego ser tocada libremente por quienquiera. Más tarde aparecieron los organillos que a vueltas de manivela repetían por plazas y mercados la música previamente copiada a oído en óperas y teatros. Esto no impidió que algunas de las obras musicales más geniales de nuestro tiempo vieran la luz. Ni los cantos gregorianos ni la poesía medieval ni la filosofía griega nacieron del ánimo de lucro que suponen los derechos de autor. No nos digan, pues, que sería el fin de la cultura si estos derechos no existieran. Sean más honestos y puntualicen que solo significaría el fin de la industria de la cultura, que como todos sabemos es a la cultura lo que la industria de la alimentación es al buen yantar. Seguramente no veríamos nacer películas como Avatar o discos de Lady Gaga, pero Buñuel, Chaplin o Joan Manuel Serrat habrían seguido trabajando y, muy probablemente, viviendo de ello. Desde luego con menos opulencia de lo que un actor de cine célebre puede vivir actualmente, pero habrían vivido de su pasión y eso es mucho más de lo que la mayoría de la gente puede soñar desde sus trabajos monótonos, sufridos y, a menudo, mileureros.

Pienso que la Cultura en mayúsculas saldría beneficiada de un mundo sin derechos. Adiós a las obras culturales cuyo único fin es recaudar el mayor dinero posible. Bienvenidos a nosotros las obras hechas desde la pasión, desde la voluntad de compartir ideas y sentimientos. Éstas ocuparían sin duda un mayor espacio del que ocupan hoy en día, ya que todo está copado por los mayors de la cultura. Pondré un ejemplo:

Imaginemos un director de cine que consigue reunir el dinero suficiente para rodar la película que siempre quiso hacer. Pongamos que es una gran película, una de esas que podrían acabar formando parte de eso que llaman los “grandes clásicos”. Pongamos que una vez terminada, se marcha con su copia cero bajo el brazo (y un DVD, el progreso no perdona) a hacer la tournée de los distribuidores para que su peli pueda ser proyectada en la mayor cantidad de salas de cine posible. Pues bien, si encontrar dinero para rodar una película independiente es ya de por si una misión imposible, distribuirla es una “puta misión imposible” y es que, como diría Don Quijote, “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Sólo que en este caso la Iglesia son los grandes distribuidores y productores, a menudo ligados de una manera u otra a las cadenas de televisión. Anteriormente las cadenas compraban películas a productores de cine y existía una cierta independencia. Si la película era buena, las cadenas compraban los derechos para emitirlas y si no lo era, pues el productor salía perdiendo. Hoy en día el riesgo es mínimo. Canal + (mediante Studio Canal) produce la película y tenga éxito o no, acabará emitiéndola en sus cadenas de pago o abiertas. Warner producirá una película e independientemente de lo buena que sea, acabará en las salas de sus cines según un planning fijado meses antes. Y lo mismo hacen las radios. Dado que uno de los gastos más elevados en el presupuesto de una radio musical son los derechos de autor, se convierten ellas mismas en productoras de artistas y de esa manera, el dinero no sale de casa. ¿Y qué interés puede tener una radio o un distribuidor o una cadena de televisión en emitir una obra independiente? Pues ninguno claro, porque ese dinero que tenga que pagar por los derechos de emisión se va de casita y ya no vuelve. De no ser que la obra haya llegado a oído de los oyentes y clientes y que no tengan mas remedio que comprarla si no quieres perder audiencia, claro. Por eso, la mera existencia de la industria de la música o del cine, supone el mayor impedimento al desarrollo de una verdadera cultura independiente y por lo tanto plural. Esta es una nueva forma de censura, ya que un artista no podrá realizar las obras que él quiera, sino las que sean aceptadas por los mayors que dominan los canales de acceso. O bien, lo tendrá muy, muy difícil.

Por otro lado, la existencia de una industria cultural organizada y optimizada que no despilfarra los recursos es una bendición para la economía de un país, con sus puestos de trabajo estables, su contribución a los impuestos, a la Seguridad Social, etc.

De nuevo estamos ante un dilema en el que hay que decantarse por el aspecto pragmático o bien ético del problema. Por la independencia y la igualdad en el acceso a la cultura o por el interés económico con lo que ello conlleva de creación de puestos de trabajo y riqueza para un estado. Nuestros políticos ya se han decantado por la segunda opción. Al carajo la Cultura en mayúsculas, viva la cultureta comercial, rentable y políticamente correcta. Estamos en tiempos de crisis y no se pueden permitir tirar por la borda tanta riqueza y tantos puestos de trabajo.

Menos mal que (aún) nos queda Internet.

Written by quemecortenlalengua

marzo 15, 2010 at 2 h 28 min

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Alitas de pollo.

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Comer pechugas de pollo es menos anodino de lo que se pudiera pensar a simple vista. Aquí dejo un par de argumentos que quizá el avispado cibernauta quiera explorar.

El primer argumento alude al respeto de la vida en general y de los pollos en particular. Desde hace unos años la creciente preocupación de la gente por su salud y su línea ha trastocado los hábitos alimentarios. Lejos queda ya la época en que nuestras madres compraban el pollo entero. Abran paso ahora a los filetes de pechuga, los muslos o las alitas envasados al vacío ¿Dónde reside el problema y qué tiene que ver esto con el respeto a los pollos? Pues bien, resulta que la ley de la oferta y la demanda obliga a los productores de pollo a fabricar más pechuga y menos alitas. Es decir, que ahora hacen falta más pollos para vender la misma cantidad de carne y que millones de toneladas de alitas quedan sin vender cada año. ¿Más pollos muertos a cambio de platos más equilibrados? Sea, pero algo harán con las alitas que no pueden vender, no las van a tirar… Y esto abre paso al segundo argumento.

¿Dónde podrían encontrar comprador estas sabrosas alitas? ¿A un cliente ideal que no le importe comer esa piel tan crujiente como grasienta? Respuesta fácil: en el Tercer Mundo, donde el ciudadano medio aún no se preocupa por “comer sano”, si no por “comer” a secas. Así que las alitas que nosotros no nos comemos en pos de la lucha contra el colesterol y los michelines, van a parar a los mercados de África, Asia y América Latina principalmente. ¿Y qué tiene de malo? Pensará mi querido y estimado (por lo escaso que es, sobre todo) lector. Pero ahondando un poco más en la problemática, resulta que esas jugosas alitas tan baratas les están saliendo caras a nuestros pobres (literalmente hablando) vecinos del Hemisferio Sur. La invasión del mercado del pollo con alitas europeas a precios que desafían toda posible competencia está acabando con la producción local, llevando a la quiebra a sus productores y, en definitiva, contribuyendo a empobrecer aún más a estos países ya de por sí frágiles y aumentando aún más la cota de clientes deseosos de llenarse la panza con carne barata y calórica.

Ya está expuesto el problema, busquemos la solución. ¿Prohibir la venta de pechuga de pollo? ¿Obligar a la gente a consumir una alita por cada bocadillo de pechuga que se metan entre pecho y espalda? Desde luego que es un dilema de difícil, por no decir imposible, solución. Pero a grandes males, grandes remedios como dice el refrán.

A menudo, basta con mirar al otro lado del Atlántico y tomárselo de cachondeo. Nuestros amigos de América del Norte han encontrado una solución perfecta. En lugar de exportar el producto a un lugar donde haya suficientes clientes, ¿por qué no importar clientes directamente? No estoy hablando de restablecer la esclavitud, solo de cómo los americanos aprovechan hoy en día esa sociedad multirracial heredada, en parte, de siglos de esclavitud y explotación de la mano de obra recién llegada. En el caso que nos ocupa de las alitas de pollo, es la fórmula perfecta para aprovecharlas sin tener que exportárselas a nadie. No hay mas que ver el éxito de la cadena de fastfood KFC (siglas de “el pollo frito de Kentucky”) siempre abarrotada de afroamericanos y otras minorías. Como en EE.UU la población de origen no europeo (que bien podríamos llamar “comedores de alitas de pollo fritas”, parafraseando a los ingleses que llaman “comedores de ranas” a los franceses por sus recetas a base de ancas) representa el 20% aproximadamente entre afroamericanos, indios, hispanos y asiáticos, es decir, unos 65 millones de personas, se podría concluir que Europa podría solucionar su fastidioso problema de responsabilidad transnacional para con los productores de pollos con la simple acogida de 100 millones de ciudadanos provenientes de países tercermundistas.

No sé qué solución tomarán nuestros sabios dirigentes para defender a los productores tercermundistas de pollos, pero si deciden abrir la puerta a la inmigración, que avisen, que yo me vuelvo para España a montar locutorios. Me voy a forrar…



Written by quemecortenlalengua

marzo 5, 2010 at 2 h 14 min

Publicado en Opinión